lunes, 18 de julio de 2016

Nuestro Dioses: Él



ÉL [o] es la deidad inmanente y perpetua. Origen del todo, que existe desde el principio.



o es el Ser Único y Supremo, que permanece desde el inicio por encima de los Dioses. Aquél [os] que fue la fuerza que inició el Universo, que dio vida a los Dioses GA [] y BAL [B] que engendraron al resto de deidades y crearon la vida. o está por encima de los designios de los Dioses, por encima del género, de la vida y de la muerte. o es la hendidura en la nada a través de la que surgió el todo.

                o es eni (El Uno), en clara referencia a la unidad e inmanencia de ese poder supremo del que todo nace y que en todo está. A lo largo de los milenios y sin prácticamente conocer fronteras en el mundo panmediterráneo, su culto se extendió (y se extiende) por todas las culturas volcadas en nuestro mar. A día de hoy, se podría decir que este culto ancestral, tal vez neolítico, a este Ser Supremo, impregna la práctica totalidad de las religiones más extendidas a nivel mundial.

                En otras culturas mediterráneas coetáneas a la nuestra en su antigüedad, recibió diferentes teonímias y epítetos, que con el paso de los siglos se fueron transformando al igual que su culto original. En el oriente mediterráneo fue muy conocido como El o Il, Baal por los cananeos, Anu por los acadios y sumerios, Dagn, Dagan o Dagnu en Ugarit. Con estos se extendió su culto entre asirios y babilonios. Conocido y muy venerado por los primeros pueblos hebreos como Elohim, teonímia que más adelante pasó a significar simplemente Dios o Dioses dependiendo del contexto de su uso. Otro de sus nombres en las lejanas tierras al otro lado de nuestro mar fue Eláh, que con el uso del lenguaje pasó a pronunciarse Aláh. Los mitógrafos griegos heredaron esta deidad de sus ancestros, pasando a asimilarla con Kaos en una primera etapa, para más tarde hacerlo con Kronos, rey de los Titanes, aunque el arquetipo subyacente seguía siendo el de Kaos, en su acepción más antigua.
                A o en la mayoría de las culturas se le veneraba bajo la imagen del toro. Unas veces alado y otras no, incluso con rasgos antropomorfos. Sus epítetos han sido muchos y variados, repitiéndose los de El Toro, Anciano de los Días, Roca de las Edades, Creador, Maravilloso, Padre de los Dioses, El Bueno y Noble, Padre del Tiempo, o como en nuestro caso, El Uno [eni]. Resulta obvio el arraigo que tiene en la península el uso del toro en rituales religiosos, fuente de fervor popular que traspasa cualquier imposición foránea secular, o las arcaicas figuras tauromorfas que se extienden por toda nuestra geografía.

                En nuestras tierras íberas se le devocionó y se le devociona de una manera consciente y firme, como fieles depositarios de una de las tradiciones religiosas más antiguas. Existen múltiples epigrafías de nuestros ancestros en las que aparece el nombre de o, siempre en posición predominante sobre el resto de nuestras deidades.

o es nuestro Ser Supremo, al que reconocemos como padre de los Dioses y génesis de lo existente.

            Sere o