martes, 24 de octubre de 2017

Samaín, Magosto y Día de los Antepasados.




                El día 1 de noviembre se celebra en nuestra Península la festividad de Todos los Santos, precedida de la noche de Samaín y tras la cual viene la celebración de los Fieles Difuntos. Dentro de la cultura católica en la que nos encontramos inmersos, creemos conveniente que cualquier pagano, sea de la tradición que sea, debe tener la oportunidad de conocer las raíces de estas festividades. No son pocos los artículos que en este sentido se han escrito, esta ocasión será una más.

En Culto Ibero esta celebración se lleva a cabo de dos maneras diferenciadas, debido a que, en nuestro acervo cultural, plenamente indígena, persisten los ecos de los orígenes verdaderos de la celebración de estos días. 

                Para comenzar deberemos entender cuándo y por qué arranca esta celebración católica de un hecho religioso pagano y, por lo tanto, en principio contrario a las creencias cristianas. Todo arranca por la imposibilidad de la iglesia católica de hacer que sus nuevos creyentes abandonasen las tradiciones tan arraigadas en su cultura. Para poder sobrellevar esta situación de adoración encubierta a antiguos Dioses, la iglesia católica optó de manera generalizada por ir dando capa tras capa de cristianismo “civilizador” a estas festividades, de manera que al transcurrir de los años se perdiese el verdadero significado de las mismas y se terminase creyendo que toda celebración se hacía en honor a su único dios, o a sus dioses menores (santos, mártires y beatos, que cumplen la función de deidades menores en una religión que predica su no existencia).

                En el caso que nos ocupa, se venía celebrando el Día de los Antepasados, también llamado
hoy en día en el entorno Celta y Celtíbero Samaín. Esta festividad reflejaba de dos maneras diferentes cómo nuestros antepasados consideraban el mundo del “más allá” y la comunicación con los difuntos. En origen, la celebración era el día 2 de noviembre (en el calendario actual), fecha en la que festejábamos de una u otra manera en honor a nuestros antepasados y a los Dioses que rigen sobre el inframundo. La iglesia católica veía como se mantenía está costumbre pagana por encima a la adoración de sus dioses menores, que debía darse obligatoriamente en el interior de sus templos, por lo que comenzó a llamar a esta celebración Día de los Fieles Difuntos, dedicándola a aquellos antepasados fallecidos que aún pagaban por sus pecados en el purgatorio. Es decir, se añadía a la festividad un componente castigador y perturbador, pues implicaba que nuestros ancestros no descansaban en paz hasta no haber alcanzado la “gracia divina” del dios católico.

                Lejos de conseguir que está fiesta se dejase de celebrar, y buscando el culto a sus deidades menores, se comienza a celebrar el Día de Todos los Santos, donde se festejaba por los difuntos que sí habían alcanzado el cielo cristiano merced a una vida dedicada a su dios, los santos. Esta celebración comenzó a oficializarse en la Iglesia de Siria, en el siglo IV, pero en fecha aproximada al 13 de mayo. Unos trescientos años más tarde el papa Bonifacio IV convirtió un templo grecorromano de veneración a todo el panteón en una iglesia dedicada a la celebración del Día de Todos los Santos. En el año 741 el papa Gregorio III cambia la fecha de celebración al día 1 de noviembre.  Juntando ambas festividades no solo se conseguía disipar la importancia de la segunda, también se enmascaraba aún más el origen pagano de esta. La festividad comenzaba a celebrarse con la Vigilia la noche anterior, es decir, el día 31 de octubre, que en el ámbito anglosajón recibía el nombre de “All hallow´s eve” que posteriormente devendría en Halloween (de lo que debemos entender que Halloween no es una fiesta pagana, sino cristiana).

                En el ámbito indígena peninsular podemos observar aún hoy en día la diferencia entre los territorios Iberos por un lado y los Celtas y Celtíberos por otro. Las raíces arcaicas que subyacen en tantas y tan variadas manifestaciones del fervor popular a lo largo y ancho de la Península Ibérica nos hablan de esa diferenciación que, en origen, emana del mismo concepto religioso de la comunicación con el Inframundo. En la zona del Levante y Andalucía la celebración tiene un componente que podríamos llamar “casi católico”, es decir, en la actualidad la manera de celebrar estas fiestas corresponde en su mayor parte con el modelo católico impuesto desde hace siglos. Sin embargo, en el resto de la Península todavía encontramos formas cultuales netamente arcaicas que nos transportan a celebraciones tribales de nuestros antepasados. Esta diferenciación se debe a que, en un principio, el cristianismo adoptó formas bien conocidas por las culturas clásicas del Mediterráneo, como son la griega, la romana o la egipcia. Así, su expansión se veía reforzada por una visión religiosa que no presentaba grandes diferencias con estas grandes espiritualidades de la antigüedad. Por poner un ejemplo, en su inicio la figura de Jesús era la del profeta, para convertirse con posterioridad en la descendencia nacida de un dios y una mortal, tal y como las religiones griega, romana y egipcia ya mantenían hacía siglos entre su mitología. Esta facilidad de sincretismo del cristianismo primigenio con estas religiones también surtió efecto en nuestras tierras, especialmente entre la parte íbera, mucho más volcada cultural y religiosamente en el ámbito mediterráneo. Por el contrario, los territorios Celtas y Celtíberos no poseían este tipo de estructura cultural, estando más aislados de las corrientes influenciadoras del Mare Nostrum. Esto les permitió que el proceso cristianizador que trajeron consigo los romanos no hiciese tanta mella en sus costumbres, que ya entonces eran bastante diferentes en modos cultuales a las del entorno íbero. De esta manera, y hasta nuestros días, las celebraciones de nuestros ancestros se perpetúan bajo el barniz católico, pero persisten en sus raíces paganas.

                Hoy, en Culto Ibero como continuadores de la espiritualidad de nuestros antepasados, celebramos también este día de dos maneras diferentes, al menos en sus formas. Entre los que mantienen las tradiciones Celtas y Celtíberas se celebra Samaín, conservando en algunas zonas todavía el nombre que se cree autóctono de Magosto. Y entre los que mantienen las tradiciones tartesio-íberas se celebra el Día de los Antepasados.


               El concepto de Samaín/Magosto es eminentemente celta y su celebración también lo es. A pesar de que en las últimas décadas hemos observado como la manera de festejar este día es meramente anglosajona, en la mayor parte del territorio Celta y Celtíbero aún se oficia manteniendo antiguas costumbres. En aquellos lugares donde se celebra bajo el nombre de Magosto la protagonista indiscutible es la castaña, fruto autóctono de estas tierras norteñas. El concepto que subyace a esta festividad es el del final de las cosechas, dando paso al año nuevo. En su celebración se usan calabazas o melones vaciados o tallados, como receptáculos de velas que alumbran y señalan el camino a casa de nuestros antepasados. También se tiene por costumbre dejar el fuego encendido en el hogar para que estos se calienten, incluso se les deja comida (en algunas zonas asturianas el festejo termina tirando las castañas sobrantes al suelo y diciendo “esto es para que coman los difuntos”. En nuestras modernas celebraciones el fuego del hogar ha sido sustituido por el de nuestros altares, manteniendo la tradición ancestral. Es una noche solemne la del 31 de octubre, ya que se espera la llegada de los espíritus de los ancestros.

                En el entorno más tartesio-íbero del Culto Ibero, la celebración en sí es básicamente igual, cambiando muy pocos conceptos. Principalmente se trata de una festividad que se inicia en la noche del 31 con el encendido de los fuegos en los altares, también se usan calabazas o melones con los mismos fines. La noche siguiente es la que se emplea para celebrar rituales a las Diosas del Inframundo, agradeciendo que hayan llevado a nuestros antepasados hasta su lugar eterno. En este caso no se celebra el fin de las cosechas, pues en el arco Mediterráneo de nuestra Península la última cosecha se recoge en diciembre. Y tampoco se corresponde con el comienzo de un nuevo año, ya que para nosotros esta fecha viene marcada por el despertar de la primavera.

                En cualquiera de las tradiciones que mantenemos, son días de una espiritualidad intrínseca elevada y que tienen un nexo común basado en honrar a nuestros antepasados. La dedicación en estos días de rituales en honor a Ataecina, Diosa del Inframundo, se repiten en nuestros altares, conjugando diversas creencias, pero siempre bajo su atenta y justa mirada. A Ella, Magna y Justa Diosa, le
agradecemos su buena mano en el Juicio al que todos hemos de llegar, que separa creyentes de impíos y permite a nuestros difuntos descansar eternamente junto los Dioses de Iberia.

                La festividad de Samaín/Magosto y del Día de los Antepasados trae a nuestros altares figuras de cabras y cipreses, llena nuestros cuencos de ofrendas de calabazas, granadas, uvas y castañas, arde el Sagrado Fuego en nuestras aras, nuestras páteras relucen con el brillo del hidromiel y de la caelia, llevando consigo nuestras oraciones con las libaciones en honor a la Diosa del Inframundo, Transportadora de difuntos hasta la Eterna Morada.

                A ella Gloria y Devoción, Salve Ataecina, Señora del Inframundo.