El
día 1 de noviembre se celebra en nuestra Península la festividad de Todos los Santos,
precedida de la noche de Samaín y tras la cual viene la celebración de los
Fieles Difuntos. Dentro de la cultura católica en la que nos encontramos
inmersos, creemos conveniente que cualquier pagano, sea de la tradición que
sea, debe tener la oportunidad de conocer las raíces de estas festividades. No
son pocos los artículos que en este sentido se han escrito, esta ocasión será
una más.
En Culto Ibero esta celebración
se lleva a cabo de dos maneras diferenciadas, debido a que, en nuestro acervo
cultural, plenamente indígena, persisten los ecos de los orígenes verdaderos de
la celebración de estos días.
Para comenzar deberemos entender cuándo y por qué
arranca esta celebración católica de un hecho religioso pagano y, por lo tanto,
en principio contrario a las creencias cristianas. Todo arranca por la
imposibilidad de la iglesia católica de hacer que sus nuevos creyentes
abandonasen las tradiciones tan arraigadas en su cultura. Para poder
sobrellevar esta situación de adoración encubierta a antiguos Dioses, la
iglesia católica optó de manera generalizada por ir dando capa tras capa de
cristianismo “civilizador” a estas festividades, de manera que al transcurrir
de los años se perdiese el verdadero significado de las mismas y se terminase
creyendo que toda celebración se hacía en honor a su único dios, o a sus dioses
menores (santos, mártires y beatos, que cumplen la función de deidades menores
en una religión que predica su no existencia).
En el caso que nos ocupa, se venía celebrando el Día
de los Antepasados, también llamado
hoy en día en el entorno Celta y Celtíbero
Samaín. Esta festividad reflejaba de dos maneras diferentes cómo nuestros
antepasados consideraban el mundo del “más allá” y la comunicación con los
difuntos. En origen, la celebración era el día 2 de noviembre (en el calendario
actual), fecha en la que festejábamos de una u otra manera en honor a nuestros
antepasados y a los Dioses que rigen sobre el inframundo. La iglesia católica
veía como se mantenía está costumbre pagana por encima a la adoración de sus
dioses menores, que debía darse obligatoriamente en el interior de sus templos,
por lo que comenzó a llamar a esta celebración Día de los Fieles Difuntos,
dedicándola a aquellos antepasados fallecidos que aún pagaban por sus pecados
en el purgatorio. Es decir, se añadía a la festividad un componente castigador
y perturbador, pues implicaba que nuestros ancestros no descansaban en paz
hasta no haber alcanzado la “gracia divina” del dios católico.
Lejos de conseguir que está fiesta se dejase de
celebrar, y buscando el culto a sus deidades menores, se comienza a celebrar el
Día de Todos los Santos, donde se festejaba por los difuntos que sí habían
alcanzado el cielo cristiano merced a una vida dedicada a su dios, los santos.
Esta celebración comenzó a oficializarse en la Iglesia de Siria, en el siglo
IV, pero en fecha aproximada al 13 de mayo. Unos trescientos años más tarde el
papa Bonifacio IV convirtió un templo grecorromano de veneración a todo el
panteón en una iglesia dedicada a la celebración del Día de Todos los Santos.
En el año 741 el papa Gregorio III cambia la fecha de celebración al día 1 de
noviembre. Juntando ambas festividades
no solo se conseguía disipar la importancia de la segunda, también se
enmascaraba aún más el origen pagano de esta. La festividad comenzaba a
celebrarse con la Vigilia la noche anterior, es decir, el día 31 de octubre,
que en el ámbito anglosajón recibía el nombre de “All hallow´s eve” que posteriormente
devendría en Halloween (de lo que debemos entender que Halloween no es una
fiesta pagana, sino cristiana).
En el ámbito indígena peninsular podemos observar aún
hoy en día la diferencia entre los territorios Iberos por un lado y los Celtas
y Celtíberos por otro. Las raíces arcaicas que subyacen en tantas y tan
variadas manifestaciones del fervor popular a lo largo y ancho de la Península
Ibérica nos hablan de esa diferenciación que, en origen, emana del mismo
concepto religioso de la comunicación con el Inframundo. En la zona del Levante
y Andalucía la celebración tiene un componente que podríamos llamar “casi
católico”, es decir, en la actualidad la manera de celebrar estas fiestas
corresponde en su mayor parte con el modelo católico impuesto desde hace
siglos. Sin embargo, en el resto de la Península todavía encontramos formas
cultuales netamente arcaicas que nos transportan a celebraciones tribales de
nuestros antepasados. Esta diferenciación se debe a que, en un principio, el
cristianismo adoptó formas bien conocidas por las culturas clásicas del
Mediterráneo, como son la griega, la romana o la egipcia. Así, su expansión se
veía reforzada por una visión religiosa que no presentaba grandes diferencias
con estas grandes espiritualidades de la antigüedad. Por poner un ejemplo, en
su inicio la figura de Jesús era la del profeta, para convertirse con
posterioridad en la descendencia nacida de un dios y una mortal, tal y como las
religiones griega, romana y egipcia ya mantenían hacía siglos entre su
mitología. Esta facilidad de sincretismo del cristianismo primigenio con estas
religiones también surtió efecto en nuestras tierras, especialmente entre la
parte íbera, mucho más volcada cultural y religiosamente en el ámbito
mediterráneo. Por el contrario, los territorios Celtas y Celtíberos no poseían
este tipo de estructura cultural, estando más aislados de las corrientes
influenciadoras del Mare Nostrum. Esto les permitió que el proceso
cristianizador que trajeron consigo los romanos no hiciese tanta mella en sus
costumbres, que ya entonces eran bastante diferentes en modos cultuales a las
del entorno íbero. De esta manera, y hasta nuestros días, las celebraciones de
nuestros ancestros se perpetúan bajo el barniz católico, pero persisten en sus
raíces paganas.
Hoy, en Culto Ibero como continuadores de la
espiritualidad de nuestros antepasados, celebramos también este día de dos
maneras diferentes, al menos en sus formas. Entre los que mantienen las
tradiciones Celtas y Celtíberas se celebra Samaín, conservando en algunas zonas
todavía el nombre que se cree autóctono de Magosto. Y entre los que mantienen
las tradiciones tartesio-íberas se celebra el Día de los Antepasados.
En el entorno más tartesio-íbero del Culto Ibero, la
celebración en sí es básicamente igual, cambiando muy pocos conceptos.
Principalmente se trata de una festividad que se inicia en la noche del 31 con
el encendido de los fuegos en los altares, también se usan calabazas o melones
con los mismos fines. La noche siguiente es la que se emplea para celebrar
rituales a las Diosas del Inframundo, agradeciendo que hayan llevado a nuestros
antepasados hasta su lugar eterno. En este caso no se celebra el fin de las
cosechas, pues en el arco Mediterráneo de nuestra Península la última cosecha
se recoge en diciembre. Y tampoco se corresponde con el comienzo de un nuevo
año, ya que para nosotros esta fecha viene marcada por el despertar de la
primavera.
En cualquiera de las tradiciones que mantenemos, son
días de una espiritualidad intrínseca elevada y que tienen un nexo común basado
en honrar a nuestros antepasados. La dedicación en estos días de rituales en
honor a Ataecina, Diosa del Inframundo, se repiten en nuestros altares,
conjugando diversas creencias, pero siempre bajo su atenta y justa mirada. A
Ella, Magna y Justa Diosa, le
agradecemos su buena mano en el Juicio al que
todos hemos de llegar, que separa creyentes de impíos y permite a nuestros
difuntos descansar eternamente junto los Dioses de Iberia.
La festividad de Samaín/Magosto y del Día de los
Antepasados trae a nuestros altares figuras de cabras y cipreses, llena nuestros
cuencos de ofrendas de calabazas, granadas, uvas y castañas, arde el Sagrado
Fuego en nuestras aras, nuestras páteras relucen con el brillo del hidromiel y
de la caelia, llevando consigo nuestras oraciones con las libaciones en honor a
la Diosa del Inframundo, Transportadora de difuntos hasta la Eterna Morada.
A ella Gloria y Devoción, Salve Ataecina, Señora del
Inframundo.
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