Los celtíberos han pasado a la historia como fuertes guerreros
que no se rinden ante sus enemigos y están dispuestos a luchar hasta
las últimas consecuencias, lo que no deja de ser una imagen
estereotipada que viene de lejos. Un guerrero se podría decir que,
venciera o perdiese,
siempre sacaba algún provecho de la batalla: si
vencía, adquiría poder, fama y prestigio en su comunidad y ante sus
enemigos; si, por otra parte, perdía y perecía, habría recibido la más
gloriosa de las muertes y, y tendría un puesto de honor en el más allá;
pero lo peor que podía hacer un guerrero era rendirse, es decir,
entregar sus armas.
Este mundo tan militarizado, en el que por encima de todo existe una ética guerrera,
estaría influido por la religiosidad, pues prácticamente todas las
culturas antiguas realizaban ritos previos y posteriores a las batallas
(sacrificios, augurios, celebración de victorias…). Además, en
referencia a lo anteriormente dicho, la muerte en la batalla estaba
envuelta en algún tipo de magia especial, se moría joven, sí, pero con
honor y gloria: una “bella muerte”. Cabe destacar también que la gran mayoría de dioses que conocemos están relacionados de algún modo con la guerra.